viernes, 21 de marzo de 2008

LLORAR






"Cuándo se formó este inmenso mar
esta inmensidad, que pone a tu piel
lejos de mi piel"

"Ya no me importa que destino te traiga
si yo sigo olvidándome de ti"
P.O.R.



Ella viajó. Tomó el tren y viajo. Compró el boleto y no sabía a dónde iba.

Violeta -pensó él. –Violeta ¿dónde estás?. Giro en la cama y no sabía la hora. Busco el reloj. Las once y veinte y Violeta dónde está. Habrá salido a comprar... o no era Violeta la mujer de anoche.
Estaba seguro que la mujer de anoche era ella, porque ella tiene el vicio (o la virtud) de estar donde tiene que estar, de estar al lado nuestro cuando estamos así, como ayer: endemoniado. Pensó: "endemoniado".
Como soñando, él fue al baño. Algo le llamo la atención: esa era su casa. Mareos. Resaca. Que raro que Violeta haya querido venir a casa. Entonces no fue a comprar porque no tiene llaves de acá y encontrar las mías es casi imposible (aunque ella seguramente podría). Dormir -pensó.
La una y cuarto. Hizo un esfuerzo y descubrió que fuera o no Violeta la de la cama, la de anoche, él tenía que buscarla. Encontrar a Violeta y decirle la verdad. ¿Qué verdad? Resaca y angustia.
Perra, es una perra. Se fue a su casa y ahora va a montar un escándalo y a reclamarme por mi noche, por las noches endemoniadas. No la aguanto.
Violeta con V de "victoria". Ella quiere triunfar sobre mi como si yo fuera su logro. Yo soy esto. No me va a dominar. Es astuta, es una perra.
Él se durmió. Yo me dormí.

Son las tres y diez y Violeta dónde está. Llamar. Llamarla por teléfono y hablarle, segura calmarla. Decirle que no me escuche. Que no sé qué le dije, pero que se olvide. Que yo la quiero.
Llama y no atiende: víctima: también va con V. La V es una letra de mierda- pensó mientras tomaba agua.
Llama, contestador odioso con musiquita, con frasecitas.
Poner música, ya va a llamar ella cuándo se calme. Va a llamar y va a hacer su papel de que no pasa nada y, seguro, uno de estos días, una de estas noches, pasa la boleta; porque Violeta no se olvida de nada, eso lo sabemos bien.
Hinchada la cara. Llamar. Querer verla, necesidad de verla y abrazarla y besarla y necesitar… Yo te necesito.
Bailar con Violeta, verla bailar es hermoso.
Y si no era Violeta la de anoche, entonces Violeta dónde estuvo. ¿Con quién estuviste? preguntarle y mirarla enojado. No creerle. No creerle nunca nada porque miente siempre todo. Bruja.

Violeta lo vuelve a pensar. No hay nada que pensar - piensa. Irse y no verlo más: curarse de él como de una enfermedad. Porque, qué nos va a decir ahora; que lo controlo; que lo manipulo; que no hizo nada; que no lo respeto si ni siquiera él se respeta. Me voy.
Acordarse de todo, de tanto: desde el primer beso hasta el último. Del amor. Del odio. Duda: de nuevo estoy dudando.

Llamar, no atiende. Bueno, habrá que ir a la casa y tocar el timbre y que ella me abra con cara de superpoderosa superada. Ir.

Llamarlo y decirle la verdad: que lo quiero, que me quedo y somos felices juntos. No, porque así fue siempre y nunca terminó de ser. Me voy.

Son las seis.

Subir al tren e irse.

Tocar de nuevo el timbre que no atiende.

Llorar.

Llorar.

lunes, 10 de marzo de 2008

LA SEÑORA AMPARO



A Japo (M. C.)



“El infierno es la mirada de los otros.”
Sartre.



Es linda la laguna ¿no? –me dijo el médico esa tarde. A mi, la laguna me hace acordar a la señora. Qué qué señora, no conoces vos la historia de la chica, no te la contaron nunca. Yo te la cuento si tenes paciencia (ya viste que a nosotros, en los pueblos, nos gusta hacer todo despacio) y vos podes escribirla si queres.
Yo tendría quince años cuando vino la chica acá. Cuando ella venía Mar Chiquita cambiaba, para mi era una fiesta, pero una fiesta rara, una en la que no se podía festejar. El único que festejaba era el viejo. Impunemente compraba comida y cigarrillos de otra marca y, entonces, todos sabíamos que ella venía. Él la esperaba, él era el único que la trataba; cuando venía, ella vivía en su casa.
Cómo era. Era extraña. Nadie supo bien nada de ella. Caminaba, tomaba sol y no largaba nunca el cuadernito. Yo no largo mi cuaderno –pensé. ¿Tal vez escribía? Le dije al médico. Si, tal vez, yo solamente la vi llevándolo de acá para allá.
Yo me acuerdo (no me da vergüenza decírtelo) de espiarla cuando estaba en la playa. Y sé que no era el único. Todos, a su manera, la espiaban. Todos querían saber. Si, claro, algún interés despertaba en el pueblo. Alguno no, todos. Viste que acá no pasa nada, pero desde que llegó ella pasaba algo cada año.
La seguíamos con la mirada, uno no podía dejar de mirarla. A lo mejor era porque no hablaba, no era como nosotros que hablamos hasta con un buzón. Yo creo que no le caía bien la gente.
Había un amigo mio que alquilaba motos en verano y, una vez, habló con ella. No sé -me dijo- habla bajito y te mira poco, pero cuando te mira, parece que te morís. Desde esa vez, mi amigo la esperaba más que los demás.
Que sé yo… a veces creo que era solamente porque era misteriosa y otras que era lo que no teníamos lo que la hacía interesante. Acá, vos viste, las chicas no son como ella.
Si, era linda, pero eso no era lo importante, era verla y quedar bamboleando, y les pasaba a todos. Yo lo vi a mi papá mirarla y, una noche, lo oí hablando con envidia del viejo. Pero ella y el viejo no eran novios, de eso estoy seguro, eran como dos fantasmas que se encontraban. Juntos en el citroen daban miedo. Eso: misterio y miedo daban y eso, a veces, da envidia.
No eran novios porque esa palabra, para gente como ellos, no existe. Además él le llevaba treinta años. Claro que importa poco, pero acá importaba. Tenías que ver como hablaban de eso, hablaban de eso para no decir que esa tarde ella había pasado caminando por la principal o que había jugado con un perro o que, de nuevo, su vestido se había volado con el viento de la playa o que tenía esa bincha y los rulos anudados en la frente o que leía en la boca, muy cerca de los pescadores.
Me contaron una vez que cuando ella se sentaba en la escalera cerca de la boca, los peces saltaban más alto, para verla, me decían.
Ah, si, la señora la llamamos después. Cuando llegó tendría veinte o veinticinco años. Siguió viniendo siempre igual durante casi diez. Y el viejo cada año tenía su fiesta. Nosotros eramos como espectadores del desfile, pero lo disfrutábamos.
Imaginate que yo me casé y tuve mi primer chico en ese tiempo. Todos crecimos pero ella era igual.
“La señora” le quedo un día cuando la dueña del mercadito le dijo que no podía entrar con el perro. Le dijo: -Señorita, no puede entrar con el perro. Ella, dicen, la miro fijo a los ojos y le dijo: -Señora. Para esa época tendría treinta o treinta y tres años y no era raro que una chica de esa edad fuera señora, pero acá, para nosotros, fue como un huracán. Nadie entendía nada.
El día que me lo contaron, a la noche llovió como pocas veces, parecía que Mar Chiquita se iba a hundir en la laguna. Yo no me acuerdo tanto de esos días -de tanto pensarlos creo que me los olvidé- pero lo cierto es que la chica al otro día se fue y que el viejo no la llevó al colectivo.
Un mes después la casa –es esa casita blanca en la plazoleta ¿la viste?- estaba en venta, y el viejo, sin saludar a nadie, también se fue.
Hay días en los que acá en la laguna hay un olor o un viento y yo sé, todos saben, que es el fantasma de la chica que pasa y es el festejo privado del viejo.
Ah, si, Amparo dicen que se llamaba la señora. Ahora debe tener como cincuenta.

LO QUE NO SE TIENE

"Amar es dar lo que no se tiene a quien no es"
J. Lacan


De algo estoy segura: miraba como desde un lugar que yo no conocía. Como los colectivos de Paseo Colón que van a lugares en los que nunca estuve.

No tengo límites –decía- los pongo acá (cerca) para verlos todo el tiempo, pero están muy, muy lejos o no están. Doy lo que no tengo (y eso era verdad).

Cada segundo con él era una fiesta o un velorio.

No supe mucho de él, aunque me contó toda su historia. Pero nunca supe cómo fue su infancia o su amor o cómo dejó de extrañar a su madre. Supe lo que contó, que no es lo que fue sino lo que se recuerda: una narración.

Tuve, durante mucho tiempo, miedo de perderlo. Yo lo amaba y amaba a través de él lo que no conocía, lo que tampoco yo tenía. Temía y no quería que lo supiera y sintiera que yo pedía algo que, seguramente, él no tenía.

Recuerdo que tenía un diente torcido y un brillo (como una purpurina) en la mirada. Recuerdo que jugaba todo el tiempo en el trabajo y que ese control de la situación me desconcertaba. Poder jugar como los chicos es admirable. (Creo que no hay un solo hombre que no sea, para una mujer, como un chico. Y a veces pienso que esa es la más grande mentira que nos creamos para sentirnos poderosas). Pero yo nunca sentí poder ante él, por el contrario, me sentía circunstancial. Me preguntaba por qué él compartía algo conmigo; por qué me hablaba a mi. Y no, no es que yo tenga una autoestima rastrera... Si lo conocieran entenderían lo que digo, ese hombre daba la impresión de poder pasar toda la eternidad riéndose y balanceándose en una hamaca que colgara de una nube sin necesitar nada. No es que él se sintiera autosuficiente o que deseara ser observado, era algo mucho más puro. Era la pureza. Tal vez por eso no tenía límites. Porque no los necesitaba ni los quería.

Me recago en la gran puta madre –decía muriéndose de risa cuando algo le salía mal. Me cago en dios –decía yo. Y nos reíamos largamente… Después venía el: “Te imaginas si...” y lo que fuera. Juntos podíamos imaginar todo e, incluso, nada.

Yo amaba tener lo que no tenía él porque yo no era. Yo lo amaba y temía perder lo que no conocía. Como los colectivos de la avenida que van a lugares que no conozco y en los que él habita.

ELLA


A Diego E.

“Qué es lo que te duele tanto a vos?”
“Sólo podemos decidir qué hacer con el tiempo que nos es dado”



Ella sangró y sangró. La sangre que se derrama una vez, se pierde para siempre. Ella quiso que alguien la amara y no lo logró, ella quiso ver la diferencia: ser amada y amar. Ella sufrió la enfermedad y no encontró remedio.

Pero ella sola decidió que nada valía tanto. Ella sola resolvió que nunca más le importaría, que sólo le importaba el tiempo, el poco tiempo que tenía.

Sumergida en lo inhóspito de su mente, eligió el doloroso destino: la cura.

Anduvo silenciosa por las calles y vio el remedio.

Era único y eterno cada ser y su existencia era diminuta. ¿Cómo elegir? ¿Qué elegir? Cómo no amarlos. Cómo no comprender. Cómo evitar el dolor de saber que les duele, que son iguales y que lloran tanto que no sé qué hacer... Cómo curar el dolor, cómo se hace para que pase, que termine. Cómo no saber. Cómo se dice: “Duele, duele tanto que no aguanto”…

Ella sangró y sangró. No hay descanso en el dolor. Ella también fui yo. Soy.

Pero si veo el sol no creo que el remedio no exista. Debería haber cura. Esta la belleza que invade los sentidos, están las plantas, los amigos, las caricias, los libros, una eternidad que complota a favor nuestro y cada alegría (parece) que nos resucita; sin embargo: la sangre derramada, se pierde. Yo soy la sangre que dejo y la dejo porque elijo la cura: el remedio que mata como la enfermedad.

Ella decidió que el tiempo era el agente. Ella comprendió que no hay una diferencia, y si la hay no importa. Poco importa.

Ella sangró y sangró, ella también fui yo.