jueves, 24 de septiembre de 2009

Brevísima reseña del debate Realismo/ Instrumentalismo en la historia de la física.

Valeria Leiva

Una de las maravillas de la filosofía es, a mi modo de ver, que los debates que en ella se libran no deben necesariamente ser resueltos: lo interesante es el debate en sí. En cambio, en las ciencias, generalmente, se requiere del consenso –o de la superación- que de por terminado un debate. Un claro ejemplo de ello puede ser el debate filosófico realismo/ instrumentalismo a lo largo de la historia de la ciencia.

Aristóteles creía que el universo era como él lo describía[1], sino ¿qué sentido tendría describirlo de ese modo? Ptolomeo, en cambio, fue durante tiempo asignado por los historiadores como uno de los primeros defensores del instrumentalista[2], es decir, de la tesis según la cual las teorías científicas no deben comprometerse con la existencia de las entidades que postula y sólo deben ser evaluadas por su utilidad como herramientas de cálculo y predicción.

Copérnico manifestó en su propia figura ambas caras del debate. Él mismo tuvo una concepción realista acerca de sus desarrollos teóricos, sin embargo, la publicación de su libro llevó un prólogo –adjudicado a Ossiander- en el que se declaraba que, lo allí escrito, eran sólo hipótesis matemáticas[3].

Por último, mencionaré a Kepler (quien creyó descubrir y, porque no, incluso, percibir, la armonía del universo) y Galileo: ambos defendieron el realismo de sus hipótesis. Este último, en particular, se negó férreamente a adherir al instrumentalismo y considerar a la teoría copernicana sólo como una teoría que salva las apariencias, cuando ocurrió su disputa con el cardenal Bellarmino.

Contemporáneamente se manifestó también esta disputa entre los llamados “fundadores” de la teoría cuántica. Heisemberg manifestó una postura de tipo instrumentalista (utilización de hipótesis matemáticas) en tanto enfatizó la imagen de un Bohr más bien realista (dedicado a la interpretación física de la naturaleza) que sólo en un segundo momento, posterior, pudo realizar precisiones matemáticas. La diferencia entre estos dos físicos dio lugar a diversas líneas de investigación –acompañando a sendas posturas filosóficas. Una de ellas –con la que Bohr fue asociado como el líder de la “interpretación de Copenhague”- ha sostenido la falta de sentido de la pregunta acerca de cuándo, frente a que “suceso” – a saber: la conciencia o la interacción- se reduce un paquete de ondas. En cambio, un científico tan destacado como lo fue Einstein sostuvo durante su vida una posición realista.

De cualquier manera, la revolución de la física del S XX se enfrenta, antes que nada, a definir qué es la realidad si se admite una postura realista porque, finalmente, la realidad admitida por una postura realista de la física cuántica no es –ni puede ser- la misma realidad que la que fue admitida hasta entonces[4]. Sintéticamente, parecería posible que, si la realidad es cómo la cuántica la “describe”, entonces, no es como nosotros “creemos” que es o, en todo caso, nuestro mundo es uno de los probables mundos que se nos aparece en tanto interactuamos con él[5]. Tal vez ante las dificultades de admitir algo como lo anterior (un tipo de realismo platonizante) es que la postura instrumentalista ha tenido, hasta hace un tiempo al menos, una mayor adhesión.

Bibliografía

· Boido, G. (1998) Noticias del planeta tierra; A-Z editores; Buenos aires, Argentina.

· Hawking, S., (1988) Historia del tiempo; Crítica; Barcelona, España.

· Ortoli y Pharabod (2001) El cántico de la cuántica; Gedisa; Barcelona, España.

· Ptolomeo, C., (1987) La hipótesis del los planetas, Alianza Universidad; Madrid, España.



[1] Su descripción era, para él, verdadera. Recordemos que sólo puede asignarse verdad o falsedad a una hipótesis si se sostiene una postura realista.

[2] Esta opinión ha sido modificada sobre todo luego del hallazgo de una parte perdida de su obra. Véase la introducción de Eulalia Pérez Sedeño a Ptolomeo (1987)

[3] El por qué Ossiander declara aquello esta relacionado con la situación histórica de la obra y, lamentablemente, no podré desarrollarlo aquí. Baste decir que, probablemente, por aquellas afirmaciones la obra de Copérnico llegó hasta nosotros y su autor no fue condenado.

[4] Para ello véase la paradoja de Einstein- Podolsky- Rosen y las experiencias de Aspect.

[5] Esto parecería remitir a algún tipo de platonismo en el cuál hay un mundo real y uno apariencial.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Breve historia de la biologia. Epigénesis / preformacionismo; generación espontánea/ antigeneración espontanea; fijismo/ catastrofismo.

Valeria Leiva

“si la filosofía de la ciencia es absurda debido a su carácter teórico, especulativo, también lo serán las obras más famosas de los grandes historiadores de la ciencia y, de hecho, cualquier reflexión sobre la cultura que aspire a alguna forma de comprensión

U. Moulines (1984)

En el siglo XVII el universo había sido trastocado por la Revolución científica que, en tanto tal, aparejó una nueva concepción del conocimiento de la naturaleza y de los seres vivos e, incluso, una nueva metodología de la ciencia.

En dicho marco –que no podré explicitar demasiado por la brevedad impuesta a este trabajo-, se inscriben algunos de los debates más interesantes de la historia de la biología[1]. Uno de ellos es el referido a la generación espontánea de seres vivos, otro -cuyos orígenes pueden ubicarse más atrás en el tiempo, pero que fue paralelo a aquel- es el debate epigénesis/ preformacionismo.

Aristóteles tuvo, sin dudas, participación en este último debate adhiriendo a lo que, más tarde, se llamaría epigenetismo: los órganos de los seres vivos se forman a partir de una gradual diferenciación de la materia dentro del huevo, la materia es la misma para todos los seres, lo que difiere es la disposición que ésta adquiere. La teoría preformacionista se desarrolló, en parte, por los descubrimientos de A. Leeuwenhoeck, quien utilizando pequeños microscopios construidos por él mismo observó -entre otras cosas- los espermatozoides -llamándolos “animálculos”. Esta teoría sostenía que los seres estan preformados en el animálculo que lo contiene, son pequeños seres que solamente deben crecer, pero todas sus partes están desde el comienzo allí formadas.

Sin embargo, el preformacionismo se vio enfrentado a varias dificultades. En primer lugar, era necesario admitir que si los animálculos contenían a los seres humanos completos –humúnculos- entonces todas las generaciones, desde Adán y Eva, debieron estar contenidas en Adán. Por otro lado, los preformistas se dividieron entre animalculistas y ovistas, frente a la posibilidad de que el humúnculo se encontrara en el espermatozoide o en el óvulo.

Sin embargo, esta teoría no lograba explicar de dónde provenían los “gérmenes” para la regeneración de las partes de un cuerpo ni por qué la descendencia no se parece sólo al padre o a la madre.

A partir de las mencionadas dificultades, Buffon ensaya una explicación: hay una memoria en los seres que guía la unión de partículas de forma tal que el nuevo ser se forma por el agregado de ellas y a partir de ese “molde”. El epigenetismo, así revitalizado, se enfrentó a una fuerte oposición ya que, si las partículas se unen, nada impide que haya generación espontánea. Es aquí donde puede introducirse el debate entre los defensores de la generación espontánea y los antiespontaneistas.

Ya en 1668 F. Redi había tratado de probar que de la materia pútrida no se generan seres ruines, sino que inadvertidamente, las moscas depositan sus huevos allí. Sin embargo, los descubrimientos de Leeuwenhoeck permitieron afirmar a los espontaneistas que eran los animálculos los que se generaban espontáneamente –aunque no los seres ruines. Dicho de otro modo, los descubrimientos de Leeuwenhoeck no echaron por tierra con la teoría de la generación espontánea, sino que, solamente, trasladaron el debate al ámbito de lo microscópico.

A mediados de S XVIII el debate prosiguió pero los actores fueron ahora Needham, Spallanzani y Pasteur. Needham intentó mostrar que había generación espontánea de animálculos experimentando con frascos que contenía caldo hervido y que estaban bien tapados. Efectivamente, Needham encontró lo que buscaba pues el caldo se pobló de gérmenes. Spallanzani trató de rebatir esta conclusión y repitiendo los experimentos de Needham también halló lo que esperaba: los gérmenes no surgían. Sin embargo, Spallanzani no repitió, en sentido estricto, el experimento original ya que tapó mejor los frascos y prolongó su calentamiento; fue por ello que los espontaneístas argumentaron que aquellas variaciones introducidas por Spallanzani destruían la fuerza vital necesaria para la generación. La hipótesis de la “fuerza vital” tuvo éxito suficiente como para suspender la decisión acerca de estas teorías. Fue sólo un siglo después que dicho debate se “resolvió”. La respuesta estuvo a cargo de Pasteur quien repitiendo los experimentos de los generacionistas –manteniendo, él sí, las condiciones para la generación de la vida- mostró que, pese a ello, los microorganismos no surgían. Sin embargo, Pasteur tampoco mantuvo todas las condiciones ya que modificó la forma del frasco original por un frasco con cuello de cisne para que, de esa manera, la fuerza vital pudiera ingresar. De este modo, también Pasteur encontró lo que esperaba: la fuerza vital no existe, por ello, pese a que puede, no ingresa al frasco ni genera vida. El debate se dio por terminado y los antiespontáneistas y epigenetistas “ganaron”… Pese a ello ¿qué nos asegura que la fuerza vital no responda, como todas, a la gravedad y, pese a haber ingresado en el frasco, haya quedado atascada en el cuello sin poder cumplir su loable tarea?

La historia de la ciencia en su irregular marcha ha dado constantes ejemplos de debates entre teorías –o, al menos, pueden ser interpretados como tales- en los que pueden hallarse ganadores y perdedores; pese a ello cuánto más rica e interesante puede ser la historia si vemos en ella, en vez de a aquellos, a sujetos creando, proponiendo, tal vez, descubriendo formas diversas de relacionarnos (entre nosotros y, si tal cosa existe, con el mundo).

Solía asociarse la teoría de la generación espontánea con la teoría epigenética y, en correspondencia con aquella, la teoría anti-generacionista con la preformacionista.

Autores como Buffon o Lamarck que sostuvieron tesis epigenistas fueron también generacionistas. En cambio, Cuvier supo ser un gran defensor del anti-generacionismo, es decir, de la preexistencia de los gérmenes. Lamarck y Cuvier fueron protagonistas de otro de los intensos debates que puede encontrarse en la historia de la biología; el debate acerca de si las especies son fijas o se transforman a lo largo del tiempo.

De esta manera podemos ver cómo estos tres grandes temas que he mencionado van solapándose y sucediéndose a lo largo del tiempo.

El epigenetismo, en tanto supuso una memoria que guiará la unión de las partículas asumió, aunque indirectamente, un tipo de mecanicismo, ya que si las partes componentes son idénticas para todos los seres sólo hace falta un mecanismo que permita su diferenciación: basta la aplicación del molde para que la materia informe cobre la forma que corresponde a lo que debe ser[2]. En cambio, el preformacionismo no debe asumir tal compromiso porque si los seres son distintos (y ello es así desde el principio mismo, incluso de los tiempos –teoría del encaje-) no hay intervención ni analogía alguna con la máquina; por el contrario, la vida tiene una esencia propia.

Sin embargo, el transformismo lamarckiano tuvo que enfrentar las críticas de Cuvier, uno de los firmes defensores del fijismo catastrofista. El trabajo paleontológico de Cuvier demostraba que habían habitado la tierra especies de las que ya no se tenía conocimiento, ellas habían desaparecido a causa de grandes revoluciones. Asimismo, Cuvier reconoció que la generación de los seres organizados “siempre será el misterio más incomprensible” pero la mejor explicación (que sólo desplaza el problema) es la preexistencia de los gérmenes, es por ello que Cuvier no admite la transformación: no es posible que se transforme aquello que ya está formado.

Lamarck y Cuvier fueron franceses y contemporáneos a fines del S XVIII. Ambos apoyado la revolución francesa pero desde distintos puntos de vista . Ellos forman parte fundamental de la historia de la ciencia, entre otras cosas, porque sus diferencias fueron parte del suelo epistémico en el que se insertó la obra de Darwin.

Las diferencias entre Lamarck y Cuvier suele presentarse en la historia de la ciencia como un ejemplo de una teoría errónea que triunfa (la de Cuvier) sobre una teoría revolucionaria y correcta que no fue reconocida (la de Lamarck), sin embargo, como afirmé anteriormente, esta manera de presentar teorías sólo empobrece y minimiza la historia en tanto relato de los diversos desarrollos humanos, de la creatividad y la inteligencia que nuestra especie ha desarrollado a lo largo de su breve historia.

Bibliografía

· AAVV; (1999); Las raíces y los frutos. Temas de filosofía de la ciencia. CCC educando, Buenos Aires, Argentina

· AAVV, (2007); Los grandes naturalistas; Ariel; Barcelona, España.

· Lewontin, R.; El sueño de la doble hélice y otras ilusiones. La revolución darwiniana (fragmentos)

· Moulines, C. U., (1984) “Filosofía de la ciencia – historiografía de la ciencia: ¿dos caras de la misma medalla?” en Actas del III congreso de la sociedad española de historia de la ciencia, Ed. Guipuzcoana, San Sebastián.

· Rostand, J.; Introducción a la historia de la biología (fragmentos)



[1] O, mejor, de la Naturphilosophie porque la noción de “biología” se utilizó, creo, con posterioridad a la obra de Darwin.

[2] En el caso de Lamarck, además, los cambios desarrollados en la vida de los individuos son heredados por su descendencia.