martes, 18 de noviembre de 2008

Los Castillos de Abelardo


Cuando vemos algo que llamamos "castillo", vemos una estructura imponente soberviamente coonstruida, eso mismo es lo que percibimos al leer algunos cuentos.
"No hay más que ir descubriendo virtudes, transparencias, hermosuras parciales en una mujer, para que esa mujer se transforme en una fatalidad" dice Castillo en Muchacha de otra parte. Nunca recuerdo por qué nombro a veces este cuento del, para mi, mejor escritor argentino vivo. Dejó aquí, una de las construcciónes más bellas de Abelardo Castillo... sí, es "de amor".
http://www.literatura.org/Castillo/acTexto2.html

viernes, 14 de noviembre de 2008

Freud y la Kultur(a)

Valeria Leiva


Hay un libro genial para quienes nos interesa leer en Freud una teoría de la cultura y no, única y primordialmente una teoría del sujeto (una teoría individualista, se suele decir). Es el libro de Paul Laurent Assoun Freud y las ciencias sociales (2003, Barcelona, Ediciones Del Serbal).

P. L. Assoun propone en Freud y las ciencias sociales que el psicoanálisis modifica sustancialmente la autoconciencia de la cultura. La obra de Freud redefine la cultura al determinar su “punto ciego”, al ubicar su origen en el crimen primitivo (con la multiplicidad de consecuencias que esto trae aparejado, entre ellas: el origen de la culpa y de la moral; la igualdad de los “hermanos” que funda el derecho; la institucionalización de las normas) y al introducir un paralelismo entre el sujeto de la cultural y el sujeto inconsciente. Freud no sólo redefine la cultura sino, más aún, “de-construye y re-construye el concepto de kultur” (op. cit., pág. 10). A partir de la obra freudiana, las Kulturwissenschaften (ciencias de la cultura) podrán utilizar las herramientas que el psicoanálisis les aporta y, de esa manera, podrán re-construirse desde su interior mismo.
Assoun parte de un análisis epistemológico centrado en los textos freudianos según el cual fue el mismo Freud quien incluyó a la “psicología profunda” entre las ciencias naturales, una de cuyas características es la de proponer que sus conceptos fundamentales estén sujetos a permanente modificación sobre la base de la observación de los fenómenos de los que se ocupa. En cambio, las Geisteswissenschaften (ciencias del espíritu -que es la denominación que Dilthey utiliza para las ciencias sociales-), dadas sus pretensiones totalizadoras, anhelan un grado mayor de sistematización y, por ello, parten de definiciones precisas y conceptos cerrados. De esta manera, Assoun muestra que el psicoanálisis tuvo, para el mismo Freud, una doble pertinencia epistemológica: pertenece a las ciencias médicas (naturales) pero es también un “saber del hombre que se sitúa en el campo de las ciencias de la cultura como en su propio elemento”. No obstante, esta doble pertinencia no está planteada en términos dicotómicos, por el contrario, hay una clara conexión entre las ciencias naturales y las Kulturwissenschaften basada en la homología. Esta lógica compartida se adscribe en una forma de evolucionismo que Freud toma de la “ley biogenética fundamental” (enunciada por E. Haeckel) según la cual la ontogénesis es una repetición abreviada de la filogénesis conforme a las leyes de la herencia y de la adaptación al medio. En otros términos, esta ley es el fundamento de la comparación del desarrollo de la infancia individual con el desarrollo de la historia primitiva de los pueblos a través de algún tipo de herencia –nunca del todo determinada por Freud- de disposiciones psíquicas.
Assoun presenta al psicoanálisis no sólo (ni primariamente) como una teoría a cerca del sujeto, sino, más bien, como una teoría genealógica de la cultura; una cultura que, al ser apreciada a través de sus síntomas –de los que son reveladores los síntomas de los individuos neuróticos-, se descubre enferma crónica, aquejada de un malestar que le es constitutivo. Dicho malestar es inherente a la cultura porque ella nace a partir de la renuncia a la satisfacción de las pulsiones. La cultura, por lo tanto, se funda en la carencia. El neurótico, entonces, es ni más ni menos que el constante recuerdo del fracaso intrínseco de la cultura. Pero aquel no sólo muestra el fracaso, también muestra el éxito de la cultura en tanto reproduce la prohibición que ha sido internalizada (justamente porque antes fue externa) y porque la cultura es creada de nuevo cada vez que un individuo entra en la sociedad humana y repite el sacrificio pulsional. El neurótico es indicio del malestar y de que el parricidio es, efectivamente, una verdad histórica. Por lo tanto, el neurótico es prueba viviente (encarnación subjetiva) del origen y desarrollo de la cultura, de ese secreto olvidado. No obstante, la cultura no es pura negatividad -pura carencia- porque la sublimación (la desviación de las pulsiones eróticas hacia fines no sexuales) otorga a la cultura los “grandes logros” que posibilitan el progreso, la ganancia cultural. El hombre carente, se ve obligado a hacer algo.
A partir de estas claves, Assoun recorre los aportes del psicoanálisis a las Geisteswissenschaften. Los aportes freudianos a la etnología, partiendo de Tótem y Tabú, explican el horror al incesto y el asentamiento de la cultura sobre el parricidio. Su aporte a la mitología, se centra en una homología entre la formación del síntoma neurótico y la construcción del mito dado que, en ambos, el contenido latente debe ser transformado en contenido manifiesto a partir de una reelaboración. Por ello, los mitos se presentan como “los recuerdos infantiles de los pueblos” y el psicoanálisis incursiona en el intento de construir una ciencia de los mitos a partir, por una parte, de la reinvención del mito de Edipo que simboliza el “afuera de la ley” –y se convierte en la clave que devela el sentido general de todo mito- y, por la otra, del mito de Prometeo, que revela el fundamento de la cultura en tanto refleja la renuncia pulsional. Los aportes a la psicología social están centrados en la puesta en tela de juicio de la dualidad de psicologías ya que “el otro” está siempre integrado al individuo. Pero esto no significa que “la psicología primera” haya sido la psicología individual. La psicología es social, es de la horda y frente a ella sólo estuvo, en el origen, el padre. La individuación surgió cuando la muerte del padre fue consumada y se reflejó en el mito del primer verdadero individuo: el héroe. Por otra parte, el psicoanálisis manifiesta la cuestión de fondo de la masificación: el erotismo que atraviesa los lazos sociales como formación reactiva contra los impulsos de odio. Respecto de la sociología, los aportes psicoanalíticos están basados en decir aquello que, para la sociedad, es vergonzante de sí misma. Por una parte, el psicoanálisis revela la existencia de la sexualidad infantil; por otra, al mostrar el carácter asocial de la neurosis, manifiesta la autoexclusión que la sociedad impone a algunos de sus miembros. Por ello, hay una angustia propia de lo social. Aquello que los sociólogos (Durkheim) describen como “un estado de crisis y anomia” es la contradicción entre la cultura y lo social que Freud explica claramente como malestar estructural.
Los aportes a la ciencia del derecho y la criminología son también relevantes. El derecho se funda en el acuerdo primitivo en que los hermanos se igualan y pactan no repetir el crimen y renunciar al objeto de deseo en razón de la obediencia retrospectiva al padre. La tarea de la criminología es análoga a la del analista: ambos buscan el secreto que el sujeto guarda. Pero el neurótico y el delincuente son asimétricos: el criminal realiza un acto y logra, con ello, cierto alivio psíquico; mientras que el neurótico, en cambio, fantasea el acto y asume la culpa superyoica; sin embargo, ambos muestran una desviación de la exigencia cultural. Con respecto a la educación, el psicoanálisis muestra que el niño es el lugar en el que se encuentra primeramente el conflicto estructural entre la pulsión y la renuncia y, por lo tanto, es el proceso educativo el que debe gestionar la transacción entre ellos. La educación tiene la tarea fundamental de colaborar con la conversión del “pequeño perverso” en un ser-de-cultura. Por ello, el educador debe conocer los apremios psicosexuales del niño para poder ser indulgente con él.
El último capítulo está dedicado a “lo femenino”. La feminidad es síntoma de la cultura, su inconciente y su reverso. Las mujeres son solicitadas para satisfacer las pulsiones e inhibidas para los fines culturales. Asimismo, la mujer es, en la historia filogenética, la instigadora del parricidio original: fue “a causa” del deseo por ellas y, entonces, ellas se convierten en “la causa” del crimen. Por último, la mujer tiene, en la evolución cultural, el papel de disgregar los conglomerados sociales atrayendo hacia sí al hombre que hace-cultura y evadiéndolo de su tarea porque ella es un polo de Eros. Lo femenino y la cultura son opuestos sea como objeto sexual, sea como Eros. Lo femenino, en fin, es causa del crimen (y por ello, de manera indirecta, del origen de la cultura) y también es causa de la digresión de la cultura (la mujer no hace cultura).

Freud y las ciencias sociales refiere a la parte que siempre me interesó más de la obra de Freud, a los relatos no clínicos de su teoría, a la fundamentación última de aquellos, porque ¿qué sería el psicoanálisis si no se admitiera que es una teoría acerca del malestar estructural de la cultura? Sería, creo, un conjunto de técnicas -inductivamente obtenidas, tal vez- para la cura de individuos que se ven aquejados más o menos de los mismos “dolores psíquicos”. No sería poco si eso fuera, pero Assoun explica en qué están fundadas esas técnicas, cuál es el fondo de ellas, por qué son revolucionarias y por qué el psicoanálisis debería revolucionar a gran parte de las ciencias sociales. Claro está que, para admitir su explicación, hay que aceptar sus premisas y, sobre todo, aquellas que son más fuertemente rechazadas: la que afirma la realidad histórica del asesinato primitivo y, fundamentalmente, la hipótesis biogenética. Creo que, respecto de ésta última, Assoun no es lo suficientemente crítico, la admite y no se pregunta –al menos en esta obra- aquello que considero crucial: ¿cómo se transmiten las disposiciones psíquicas? No obstante, para la tesis que él defiende es necesario aceptar dicha hipótesis porque es la premisa más profunda del psicoanálisis –más aún que el parricidio-, porque ¿qué sentido tendría afirmar el “mito científico” del parricidio si no existiera en tanto herencia arcaica? Si no hubiera transmisión, lo mismo valdría que el asesinato fuera un “recuerdo” inventado o fantaseado en cada individuo; pero no era esto, al parecer, lo que Freud pretendía y, si lo que queremos es comprender la teoría, debemos admitir esa hipótesis para hallar sus consecuencias.
Si no se aceptan dichas premisas, el psicoanálisis pierde gran parte de su valor en tanto teoría científica (del hombre y de lo social) y se manifiesta como una técnica (útil, al parecer, pero técnica al fin). Y ¿por qué no tendría valor científico? Pues porque no tendría mayor fundamento que el de ser una sucesión de pasos a seguir que hasta ahora han funcionado para la cura; en cambio, si se admiten estas –y otras- premisas se hallará, al menos, uno de los fundamentos en los cuales la aplicación de esa técnica se asienta y se explicará que el psicoanálisis sea una teoría de la carencia cultural.
Esta obra me resultó esclarecedora en varios sentidos. Por una parte, por la manera sencilla en la que Assoun recorre gran parte de la obra freudiana; por la otra, porque muestra con claridad un aspecto del psicoanálisis que, desde mi punto de vista, no ha sido suficientemente destacado: su intención de fundar una teoría acerca del origen y desarrollo de la cultura que, en tanto tal, aporte componentes sustanciales a las teorías sociales.
La deuda de esta obra se presenta en la aceptación acrítica de la hipótesis biogenética, espero otro buen libro de este autor que me revele este aspecto.

Aquí algunos links de las dos obras de Freud en la que trata fuertemente el origen y desarrrollo de la Kultur
http://www.asesoria-legal-ya.com/xampp/bibl/electro/freud,%20sigmund%20-%20totem%20y%20tabu.pdf
http://literatura.itematika.com/libro/102/el-malestar-en-la-cultura.html

Moledo, S. J. Gould y Los Simpson



Leonardo Moledo es matemático y escritor, en 1997 recibió un premio Konex por divulgación científica. Actualmente, no sólo escribe en el diario Página 12, sino que también es el director del Planetario.


Acá hay un artículo suyo de 2002 sobre los Simpson y S. J.Gould, capìtulo que indefectiblemente menciono
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/6-217-2002-06-03.html

De paso, acá va la página del Planetario que, ahora, parece haber rejuvenecido
http://www.planetario.gov.ar/
También, la página no oficial de Gould (en inglés)

(Ah, el señor barbudo es Moledo, el dibujito Gould en Los Smpson)

Sastre y el despertador

Alguna vez he mencionado a Sartre.
En El ser y la nada, capítulo 1, V (Losada, Bs. As., 2006) Sartre ejemplifica la angustia como captación reflexiva de la libertad apelando al despertarse por la mañana para ir a trabajar... Siempre me causó un poco de gracia que un filósofo tan abtruso usara un ejemplo tan cotidiano. Tal vez lo usó para mostrar la cotidianeidad de la i-reflexión. Yo creo que es muy bueno como ejemplo. Y también creo que es útil pensar lo "tranqilizador de evitar la pregunta"... pero lo mio es la duda, no la aserción, así que lo pongo para ver si les genera lo mismo que en mí.
"[…] La conciencia del hombre en acción es conciencia irreflexiva. La conciencia de algo, y lo trascendente que a ella se descubre es de una naturaleza particular: es una estructura de exigencia del mundo […]
Ahora bien: a cada instante estamos arrojados en el mundo y comprometidos. Esto significa que actuamos antes de poner nuestros posibles y que estos posibles que se descubren como realizados remiten a sentidos que harían necesarios actos especiales para ser puestos en cuestión. El despertador que suena por la mañana remite a la posibilidad de ir a mi trabajo, que es mi posibilidad. Pero captar el llamado del despertador como llamado, es levantarse. El acto mismo de levantarse es tranquilizador, pues elude la pregunta: “¿Es el trabajo
mi posibilidad?” y, en consecuencia, no me pone en condiciones de captar la posibilidad del quietismo, de la denegación del trabajo y, en última instancia de la denegación del mundo y de la muerte. En una palabra, en la medida en que captar el sonido de la campanilla es estar ya de pie a su llamado, esa captación me garantiza contra la intuición angustiosa de ser yo quien confiere su existencia al despertador: yo y sólo yo […]"

Borges y yo.


Mi relación con Borges comenzó hace muchos años, no sabría decir cuántos, tal vez los mismos que con la literatura, o menos... no importa. Lo que si importa es leerlo, a él digo, a Borges, porque es genial y conmovedor. Aquí agrego unos links donde pueden encontrar algunas obras a las que recurro en las clases.






El informe de Brodie


¡Que lo disfruten!

Las funciones de un maestro


Bertrand Russell (1872- 1970) es una de las mentes filosóficas más brillantes y prolíficas que hubo.

He seleccionado breves pasajes de un texto de 1950 llamado Las funciones de un maestro que se halla en Ensayos impopulares (Edhasa, Barcelona, 1985). Creo no faltar a la verdad si afirmó que, desde la primera vez que lo leí, modifiqué mi concepción acerca de la tarea docente y, durante todos estos años, lo he considerado una guía para mi labor.


"La enseñanza […] es una profesión con una amplia y honorable tradición que se extiende desde los albores de la historia hasta tiempos recientes, pero cualquier maestro del mundo moderno que se permita sentirse inspirado por los ideales de sus predecesores corre el albur de que se le recuerde bruscamente que su función no consiste en enseñar lo que piensa sino en inculcar las creencias y prejuicios que sus empleadores consideran útiles […]
Un sentimiento de independencia intelectual es esencial para el adecuado cumplimiento de las funciones del maestro, puesto que su tarea es inculcar todo lo que pueda de conocimiento y razonabilidad en el proceso de formar opinión pública […]
La tarea de los maestros tendría que ser permanecer fuera de la pugna entre partidos y tratar de imbuir a los jóvenes el hábito de la investigación imparcial, llevándolos a juzgar acerca de los problemas según los méritos de estos y a ponerse en guardia para no aceptar las afirmaciones
ex parte sin más […] La función del maestro, no obstante, no es simplemente la de mitigar el ardor de las controversias. Tiene tareas más positivas que efectuar, y no puede ser un gran maestro si no está inspirado en un deseo de efectuarlas. Los maestros son los guardianes de la civilización. Deben tener intima conciencia de lo que es la civilización y estar deseosos de impartir una actitud civilizada en sus alumnos. Y así llegamos a la pregunta: ¿qué constituye una comunidad civilizada? […] Es una cuestión en parte de conocimiento, en parte emocional. Por lo que respecta al conocimiento, un hombre tendrá que tener conciencia de la pequeñez de si mismo y de su ambiente inmediato en relación con el mundo en el tiempo y en el espacio […] por el lado de las emociones, es necesaria una ampliación similar de lo puramente personal, si el hombre quiere ser verdaderamente civilizado. Los hombres pasan del nacimiento a la muerte, a veces dichosos, a veces desdichados; a veces generosos, a veces ávidos y mezquinos; a veces heroicos a veces cobardes y serviles. Para el hombre que contempla el proceso en su totalidad, ciertas cosas sobresales como dignas de admiración. Algunos hombres han sido inspirados por el amor a la humanidad; algunos, con un supremo intelecto, nos han ayudado a entender el mundo y algunos, gracias a una sensibilidad excepcional, han creado belleza. Estos hombres han producido algo de bien positivo, para compensarla larga historia de crueldad, opresión y superstición […] El hombre civilizado, cuando no puede admirar, debe tratar de entender antes que reprobar. Tiene que tratar de descubrir y eliminar las causas impersonales del mal […] todo esto tendría que estar en la mente y en el corazón de maestro, y si está en su mente y en su corazón, lo expresará en sus enseñanzas a los jóvenes. Ningún hombre puede ser un bien maestro a menos que tenga sentimientos de cálido afecto hacia sus alumnos y un legítimo deseo de inculcarles lo que cree de valor […]
Tal como están las cosas en la actualidad, muchos maestros se ven imposibilitados de hacer todo los que pueden. Para esto hay una cantidad de razones, algunas más o menos accidentales, otras profundamente arraigadas. Para comenzar con las primeras, muchos maestros trabajan excesivamente y se ven obligados a preparar a sus alumnos para un examen, en lugar de proporcionarles un adiestramiento mental liberalizante. Las personas que no están acostumbradas a enseñar no tienen idea del derroche de espíritu que eso representa. El resultado es que muchos maestros se tornan preocupados y nerviosos, pierden el contacto con trabajos recientes sobre los temas que enseñan y se ven incapacitados para inspirara a sus alumnos el sentido de los deleites intelectuales que pueden obtenerse de nuevas comprensiones y nuevos conocimientos […]
La idea de que la falsedad es edificante es uno de los pecados dominantes […] yo no considero que un hombre pueda ser un buen maestro a menos que haya tomado la firme resolución de no ocultar jamás, en el curso de toda su vida de enseñanza, la verdad porque esta sea lo que se llama “poco edificante”. La clase de virtud que puede ser producida por la ignorancia vigilada es frágil y fracasa al primer contacto con la realidad […]
Por encima de todo, lo que un maestro debe tratar de producir en sus discípulos, si quiere que sobreviva la democracia, es la clase de tolerancia que surge de un intento de comprender a los que son distintos de nosotros […]

El maestro, como el artista, el filósofo y el hombre de letras, sólo puede realizar adecuadamente su trabajo cuando se siente como un individuo dirigido por un impulso interno, no dominado y aherrojado por la autoridad exterior."

Paul Feyerabend, Joan McKenna y sus clases experimentales.


En su autobiografía Matando el tiempo (Debate, Madrid, 1994) Paul Feyerabend cuenta un experimento que su amiga Joan McKenna realizó cuando fue invitada por él a dar una clase...


"Joan McKenna después de ser presentada como profesora invitada habló durante unos veinte minutos, después se detuvo y pidió que le hicieran preguntas. Sus respuestas fueron groseras, burlonas, autoritarias. Nadie intervino. Por el contrario, las personas situadas al lado de sus víctimas se alejaron un poco: no queremos tener nada que ver con un fracaso como tú, parecían decir. Entonces Joan explicó el montaje y su finalidad. “¡Mirad cómo os comportáis! He respondido de manera ridícula y autoritaria. Vosotros no sólo os lo habéis tragado, sino que habéis tratado a los únicos estudiantes que han tenido el valor de resistirse como si fueran proscriptos. No es de extrañar que un profesor pueda imponer cualquier cosa que diga”, exclamó Joan. Después hablamos de cómo comportarse con los bastardos de la profesión. Supongamos que uno de esos seres superiores dice cosas que parecen idiotas e incomprensibles. ¿Qué hacéis? Os levantáis y pedís una aclaración. Supongamos que sois acallados por un gesto autoritario. Bueno, otro se levanta y repite la interpelación: “Yo tampoco lo he entendido.” Más ira, más sarcasmo. Un tercer estudiante se levanta:
- Usted está aquí para enseñarnos, no para reírse de nosotros; de modo que, por favor, explíquelo.
- No sea insolente!
- No ha sido insolente –dice un cuarto estudiante- pedía información, y usted no se la ha dado.
Y así sucesivamente. Antes o después, decía yo, habrá una respuesta más satisfactoria. “no podemos hacer eso. Nos pondrán malas notas”, objetaron algunos estudiantes. “no lo haremos. Demasiado esfuerzo para nada”, adujeron otros.
Los estudiantes que participaban por el movimiento de la libertad de expresión querían cambiar todo aquello. Querían trasformar la universidad, para que dejase de ser una fábrica de conocimiento en una comunidad y un instrumento de mejora social. Sus acciones influyeron en los individuos más tímidos: se iluminaron, comenzaron a hablar y quedó demostrado que todo el mundo tenía ideas interesantes y dignas de consideración
[…]"
Efectivamente, todos tenemos ideas interesantes, es cuestión de mostrarlas para que las consideraciones de los otros (el otro) pueda enriquecerlas.
Paul Feyerabend murió en 1994 victima de un tumor. Él mismo se llamó un pensador anarquista y definió su posición como anarquismo metodológico.
Este es un gran libro, no sólo porque Feyerabend cuenta en él sus procesos "filosófico-creativos", sino porque muestra su parte humana: habla de su amor, de su tarea docente, de su enfermedad, de la guerra y sus secuelas.
Es un filósofo que no suelo mencionar, asi que he aquí mi modesto homenaje.