sábado, 19 de abril de 2008

...Y ESA NOCHE NADIE DURMIÓ



Era de noche, o no, era de tarde cuando Cecilia decidió marcar el número de Esteban:
- Hola, en qué andas...
- …
- Si... Muy tarde… bueno, veni directamente. Toca varias veces porque me duermo, o llamame desde la puerta...
- …
- Dale, besos.

Ella sabía que Esteban iba a llegar tarde, pero quería estar despierta. Le había dicho que se iba a dormir solamente para que él creyera que no le importaba, era un engaño sutil como tantos otros que había realizado para él. Cecilia necesitaba (siempre necesito) que Esteban estuviera cerca, poder ubicarlo cuando ella quisiera, así que cada vez que quería verlo tenía alguna excusa: de casualidad se encontraban en alguna fiesta o en un bar; misteriosamente ella quería mostrarle algo relacionado con su trabajo; llamativamente ella tenía un disco que a él le interesaba. Pequeños detalles que Esteban recibía de manera natural para que no hubiera sospechas.

A él, Cecilia le gustaba, le gustaba lo suficiente como para no querer alarmarla preguntándole algo, intentando saber cómo o por qué esos detalles se combinaban de manera perfecta.
Esteban confiaba plenamente en Cecilia: ella era quien se encargaba de la acción, ella accedía con discreción y casi, con agradecimiento.
Él sabía que nunca podría actuar como ella.

A veces (pocas veces) se encontraban sin excusas y esas veces resultaban tan naturales que los dos se preguntaban por qué no era así siempre. Pero sabían que eso era imposible, que si no existiera ese juego de combinaciones casuales deberían comprometerse de otra manera, deberían admitir, por lo menos, que se importaban y eso era una claudicación, casi una deshonra.
La frágil estructura de sutilezas y mentiras se construía día a día. Incluso, cuando por algún tiempo (días o meses) no se veían, se tenían en cuenta, se nombraban, se pensaban. Alguien puede sostener que se extrañaban y tal vez no erre, pero ellos no lo hubieran admitido.
Cecilia sabía que Esteban jamas diría una sola palabra que alterara el orden que ella creaba y eso le daba seguridad.
Los unía la eternidad de cada momento que pasaban juntos.

Una noche, mientras Esteban la desvestía con mas violencia de la usual, le preguntó si lo había extrañado, si había extrañado "eso", ella le grito que sí, que lo había extrañado mucho… esas eran las únicas manifestaciones de afecto que había entre ellos y nunca ocurrían cuando estaban vestidos.

A ella le gustaba la idea de que había pasado mucho tiempo desde la primera vez, le gustaba recordarlo como una gran conquista. Esteban, en cambio, prefería la sensación de que cada vez fuera la primera vez y la última; sin embargo, sus cuerpos se conocían demasiado, se recorrían sin miedo.
El sexo los unía como ninguna otra cosa podría hacerlo y, casi nada, pensaban, podría romper esa unión. El amor... tal vez si uno de los dos se enamorara... pero no. Los dos conocían esa experiencia: los dos habían tenido varias parejas pero ninguna había sido tan fuerte como para alejarlos más que un par de meses. Una sola cosa, lo sabían, los separaría para siempre: reconocerse enamorados (o decirlo). Ninguno de los dos, por ningún motivo debía enamorarse del otro y, si lo hiciera, nunca debería decirlo. Era la única regla que jamas sería enunciada. Era una ley.

Una noche, Cecilia fue a buscar a Esteban, y lo encontró. Al verlo supo que lo amaba, fue como si un reloj de arena girara y los granitos empezaran a caer. Ella lloró en el auto ante la mirada asombrada de él y lo dijo:
-Te amo, le dijo.
Ni siquiera lo pensó.

Años de trabajo y construcción para caer en eso era como patear una escultura de cristal. Fue una condena. Él la miró fijo y pensó en cómo ella podía haberse animado a decirlo, de dónde había sacado el coraje. Él pensó que no la conocía y se sintió confundido.
Esa noche hicieron por primera vez, coma cada vez, el amor. Cuando Estaban se iba ella quiso corregirse:
- Yo te amo como a tanta gente que amo - le dijo- .
- Uso la palabra "amor" en un sentido amplio.
- Si, todo bien - dijo Esteban-, nos vemos.
Y se besaron.

De vuelta en el auto Esteban lloró. Cecilia nunca va a enterarse de esas lágrimas. Ella se acostó sola pensando que él nunca iba volver; él supo que ella nunca mas iba a buscarlo.

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