viernes, 14 de noviembre de 2008

Las funciones de un maestro


Bertrand Russell (1872- 1970) es una de las mentes filosóficas más brillantes y prolíficas que hubo.

He seleccionado breves pasajes de un texto de 1950 llamado Las funciones de un maestro que se halla en Ensayos impopulares (Edhasa, Barcelona, 1985). Creo no faltar a la verdad si afirmó que, desde la primera vez que lo leí, modifiqué mi concepción acerca de la tarea docente y, durante todos estos años, lo he considerado una guía para mi labor.


"La enseñanza […] es una profesión con una amplia y honorable tradición que se extiende desde los albores de la historia hasta tiempos recientes, pero cualquier maestro del mundo moderno que se permita sentirse inspirado por los ideales de sus predecesores corre el albur de que se le recuerde bruscamente que su función no consiste en enseñar lo que piensa sino en inculcar las creencias y prejuicios que sus empleadores consideran útiles […]
Un sentimiento de independencia intelectual es esencial para el adecuado cumplimiento de las funciones del maestro, puesto que su tarea es inculcar todo lo que pueda de conocimiento y razonabilidad en el proceso de formar opinión pública […]
La tarea de los maestros tendría que ser permanecer fuera de la pugna entre partidos y tratar de imbuir a los jóvenes el hábito de la investigación imparcial, llevándolos a juzgar acerca de los problemas según los méritos de estos y a ponerse en guardia para no aceptar las afirmaciones
ex parte sin más […] La función del maestro, no obstante, no es simplemente la de mitigar el ardor de las controversias. Tiene tareas más positivas que efectuar, y no puede ser un gran maestro si no está inspirado en un deseo de efectuarlas. Los maestros son los guardianes de la civilización. Deben tener intima conciencia de lo que es la civilización y estar deseosos de impartir una actitud civilizada en sus alumnos. Y así llegamos a la pregunta: ¿qué constituye una comunidad civilizada? […] Es una cuestión en parte de conocimiento, en parte emocional. Por lo que respecta al conocimiento, un hombre tendrá que tener conciencia de la pequeñez de si mismo y de su ambiente inmediato en relación con el mundo en el tiempo y en el espacio […] por el lado de las emociones, es necesaria una ampliación similar de lo puramente personal, si el hombre quiere ser verdaderamente civilizado. Los hombres pasan del nacimiento a la muerte, a veces dichosos, a veces desdichados; a veces generosos, a veces ávidos y mezquinos; a veces heroicos a veces cobardes y serviles. Para el hombre que contempla el proceso en su totalidad, ciertas cosas sobresales como dignas de admiración. Algunos hombres han sido inspirados por el amor a la humanidad; algunos, con un supremo intelecto, nos han ayudado a entender el mundo y algunos, gracias a una sensibilidad excepcional, han creado belleza. Estos hombres han producido algo de bien positivo, para compensarla larga historia de crueldad, opresión y superstición […] El hombre civilizado, cuando no puede admirar, debe tratar de entender antes que reprobar. Tiene que tratar de descubrir y eliminar las causas impersonales del mal […] todo esto tendría que estar en la mente y en el corazón de maestro, y si está en su mente y en su corazón, lo expresará en sus enseñanzas a los jóvenes. Ningún hombre puede ser un bien maestro a menos que tenga sentimientos de cálido afecto hacia sus alumnos y un legítimo deseo de inculcarles lo que cree de valor […]
Tal como están las cosas en la actualidad, muchos maestros se ven imposibilitados de hacer todo los que pueden. Para esto hay una cantidad de razones, algunas más o menos accidentales, otras profundamente arraigadas. Para comenzar con las primeras, muchos maestros trabajan excesivamente y se ven obligados a preparar a sus alumnos para un examen, en lugar de proporcionarles un adiestramiento mental liberalizante. Las personas que no están acostumbradas a enseñar no tienen idea del derroche de espíritu que eso representa. El resultado es que muchos maestros se tornan preocupados y nerviosos, pierden el contacto con trabajos recientes sobre los temas que enseñan y se ven incapacitados para inspirara a sus alumnos el sentido de los deleites intelectuales que pueden obtenerse de nuevas comprensiones y nuevos conocimientos […]
La idea de que la falsedad es edificante es uno de los pecados dominantes […] yo no considero que un hombre pueda ser un buen maestro a menos que haya tomado la firme resolución de no ocultar jamás, en el curso de toda su vida de enseñanza, la verdad porque esta sea lo que se llama “poco edificante”. La clase de virtud que puede ser producida por la ignorancia vigilada es frágil y fracasa al primer contacto con la realidad […]
Por encima de todo, lo que un maestro debe tratar de producir en sus discípulos, si quiere que sobreviva la democracia, es la clase de tolerancia que surge de un intento de comprender a los que son distintos de nosotros […]

El maestro, como el artista, el filósofo y el hombre de letras, sólo puede realizar adecuadamente su trabajo cuando se siente como un individuo dirigido por un impulso interno, no dominado y aherrojado por la autoridad exterior."

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